Microcrédito y desarrollo rural.
Una mirada crítica a partir de un estudio de caso

Microcredit and Rural Development.
A Critical View from a Case Study

Ayari G. Pasquier Merino[1]

Resumen: En este texto se presentan algunas  reflexiones en torno al uso del microcrédito como estrategia en programas de desarrollo rural que buscan  combatir las condiciones de pobreza. Con base en la propuesta teórica  de Norman Long (2007),  se presta particular atención al carácter activo de los actores locales,  al papel de las desigualdades y a los procesos de negociación en torno a la operación de este tipo de iniciativas en la esfera local. El trabajo  está basado  en un estudio  de caso elaborado en una pequeña localidad ubicada  en el estado  de Chiapas, donde operaba un programa de desarrollo rural  estructurado a partir  de una serie de proyectos de microcrédito. Con este escenario como trasfondo se analizan los supuestos centrales de la Teoría  de la microfinanza y se exponen algunos  de los límites  que enfrentan los proyectos de microcrédito  para superar  las condiciones de pobreza  y vulnerabilidad de las poblaciones a las que están dirigidos.

Palabras clave: microfinanza, negociación, poder y desigualdad.

Abstract: In this paper  I present  some arguments on the use of microcredits as a strategy  in rural development programs that aim to combat poverty. Following the theoretical proposal of Norman Long  (2007), particular attention is given to the active nature of local actors, the role of inequality and the process  of negotiation over the operation of such initiatives at the local level. This work is based  on a case study developed in a small town in the state of Chiapas, where a rural development program structured around  a series  of microcredit projects operated. This scenario serves as background to analyse  microfinance theory central assumptions and to expose some of the limits of microcredit initiatives to overcome poverty  and vulnerability of rural populations.

Keywords: microfinance, negotiation, power  and inequality.

Introducción

En  este  texto  se  presentan algunas   reflexiones en  torno  al  uso  del
microcrédito como estrategia en programas de desarrollo rural que buscan combatir las condiciones de pobreza. Con base en un estudio de caso se analizan los supuestos centrales de la Teoría  de la microfinanza y se exponen algunos  de los límites  que enfrentan los proyectos de microcrédito para superar  las condiciones de pobreza  y vulnerabilidad de las poblaciones a las que están dirigidos. Al mismo  tiempo,  se busca mostrar   el  carácter   activo  de  los  actores  locales,  documentando los procesos a través de los cuales las prácticas financieras que estructuraban una  iniciativa de desarrollo rural  fueron  negociadas y reconfiguradas en su operación cotidiana en las esferas  locales,  incorporándose en el repertorio de posibilidades de los integrantes de la comunidad.

Las reflexiones que se exponen son resultado de un estudio  de caso realizado en Nuevo  Porvenir, una pequeña localidad del municipio Las Margaritas ubicada  en la parte baja de la zona conocida como “Las Cañadas”.  En esta localidad operó por tres años una iniciativa de desarrollo promovida por una  asociación civil  llamada  Kampo, que buscaba impulsar la producción agrícola  comercial a través  de diversos esquemas de crédito:  préstamos sin intereses, proyectos de microcrédito y un crédito  para comprar tierras,  a un plazo de 10 años. La comunidad estaba integrada por 25 familias  —poco  más de 150 personas— con derechos de uso sobre un predio de 80 hectáreas. En su mayoría se trataba de familias  originarias de Guatemala que llegaron a México  durante  la década  de  1980  como  refugiados. Aunque existían  diferencias entre ellas respecto a sus recursos e ingresos, todas  vivían  en condiciones de pobreza  extrema y sus modos  de sustento dependían del jornaleo agrícola en los potreros y las fincas de café de la región,  de las migraciones temporales de los hombres y de las transferencias gubernamentales que recibían las mujeres.

El  desarrollo de  este  trabajo   estuvo  guiado   por  la  propuesta de Norman  Long,   quien   articula   un  esquema  analítico  orientado  al actor  para  estudiar, desde  un  enfoque etnográfico, las  interacciones entre  los  actores  involucrados en  los  procesos de  desarrollo. Desde esta  perspectiva las  “intervenciones  planeadas”  son  pensadas como “un proceso  en movimiento, socialmente construido, negociado, experiencial y creador  de significados, no simplemente la ejecución de un plan  de acción  ya especificado con resultados de comportamiento esperados” (Long,  2007: 65).

El  texto   está  organizado  en  cinco   apartados:  en  el  primero  se presentan los principales debates  en torno  a la microfinanza como herramienta para el desarrollo rural; en el segundo se describe el programa presente en la comunidad de estudio  y se analizan algunos aspectos de su operación cotidiana; en el tercero  se busca  dar cuenta de algunos  de los límites  de la Teoría  de la microfinanza para explicar el funcionamiento de los  proyectos de microcrédito; en  el cuarto  se tratan  los  temas  del  capital  social  y la agencia  de  los  actores  locales en los  programas de microcrédito; y en el quinto  se discuten las reconfiguraciones de los proyectos de microcrédito en las esferas  locales.

Concluye  el  atículo   con  algunas   reflexiones  finales   en  torno   a los límites  que enfrenta el microcrédito como herramienta para el desarrollo rural.

Argumentos centrales de la Teoría de la microfinanza como estrategia de desarrollo rural y posiciones críticas

El microcrédito comenzó a ser  difundido como  una  estrategia alternativa  a la inversión estatal  en el sector  rural  de pequeña escala  en la década de 1980. Esta estrategia fue promovida en el contexto de la aplicación  de las políticas de ajuste  estructural que, para el sector  agrícola de México, se tradujeron en el desmantelamiento de gran parte de los organismos gubernamentales vinculados con  la producción y comercialización agrícola, incluyendo las empresas públicas de crédito  y seguros  agrícolas (Salas  et al., 2010).  Diez años después  el microcrédito se había convertido en una de las principales intervenciones financieras en el sector  rural,  y en uno de los pilares  de las intervenciones para el desarrollo y la reducción de la pobreza  en estos contextos. En algunos países  la  difusión del  microcrédito ha  sido  fomentada directamente por los gobiernos, pero  su expansión responde sobre  todo  a la acción de organizaciones no gubernamentales y a la multiplicación de instituciones comerciales de microfinanza.

La  difusión de  este  tipo  de  estrategias presupone que  la pobreza es resultado de la exclusión de los servicios financieros formales, situación que orillaría  a los pobres  a hacer uso de fuentes  informales de préstamo, perpetuando así relaciones de poder  y dependencia. Desde esta  perspectiva  la  microfinanza  tendría   el  potencial  para  superar las  condiciones de  pobreza, dando  a los  pobres  acceso  a fuentes  de crédito  formal  —confiable y a precios  accesibles— para invertir  en infraestructura e insumos productivos, crear pequeñas empresas, diversificar sus  estrategias de  sustento, estabilizar sus  ingresos, disminuir  su   vulnerabilidad,  y  mejorar   su   seguridad  alimentaria y capital  humano; impulsando así procesos de empoderamiento económico y social  (Sebstad y Cohen,  2000;  Armendáriz y Morduch, 2005; Chemin, 2008; Bouquet et al., 2009; Collins  et al., 2011). Estos postulados exponen de manera  sintética los argumentos centrales de la Teoría de la microfinanza, en torno a la cual se ha desarrollado la mayor parte  de la literatura sobre  microcrédito, y de la cual  se han  tomado los argumentos para difundir el microcrédito en ámbitos nacionales e internacionales y diseñar  sus estrategias de intervención.

Sin embargo, los efectos  de la microfinanza en la pobreza  y vulnerabilidad de las familias  rurales  es un tema cada vez más controvertido. La   literatura  muestra  que   distintas  relaciones  de   deuda   pueden proteger o arriesgar la estabilidad económica de un hogar,  llevar al empobrecimiento o contribuir a la acumulación de capital,  crear o reforzar  jerarquías, o confrontarlas, así como  mantener o erosionar las relaciones de solidaridad (Zelizer, 1994; Montgomery, 1996; Villarreal, 2004; Guérin  et al., 2009; Islam,  2015).

Los  presupuestos en  los  que  se basa  el desarrollo de  la Teoría  de la microfinanza coinciden con  un  supuesto general  que  considera la deuda  como  un recurso  que favorece el crecimiento económico, pero ha sido ampliamente documentado que las condiciones que enfrentan los hogares  en pobreza  imponen una alta exposición al riesgo,  por lo que  el endeudamiento incrementa su vulnerabilidad (González de la Rocha,  2006;  Long,  2007; Villarreal, 2004,  2010;  Guérin, 2011).  Las incertidumbres que enfrentan las actividades agrícolas incrementan esta vulnerabilidad, sobre todo cuando se trata de proyectos de microcrédito con  plazos  muy  cortos  (Duvendack et al.,  2011).  Por  otra  parte,  los riesgos vinculados con las iniciativas de microcrédito afectan sobre todo a las familias  más pobres,  pues tienen  poca capacidad de inversión, es más probable que necesiten usar los créditos para el consumo, si tienen algún  problema corren  el riesgo  de tener  que vender  los pocos  activos que poseen  y, al tener  menor  poder  de negociación, suelen  ser objeto con mayor  frecuencia de las sanciones previstas por el incumplimiento de  los  pagos  (Montgomery, 1996;  Mosley  y Hulme,  1998;  Mosley, 2001; Shaw,  2004; Guérin  et al., 2009; Guérin, 2011).

Un creciente número de estudios ha documentado casos  donde  el aumento de la oferta  de microcrédito rural  dirigido a pequeños productores ha contribuido al empobrecimiento de sus “beneficiarios”, creando nuevas  “trampas de pobreza” (Guérin et al., 2009;  Morvant-Roux, 2009; Guérin  et al., 2011; Bateman, 2012; Harper, 2012; Marr, 2012;  Bateman y Skare,  2014),  ha incrementado la desigualdad (Taylor,  2012)  y provocado conflictos dentro  de las comunidades (Marr, 2003; Bateman y Chang  2009).

También se ha señalado que la Teoría  de la microfinanza fue desarrollada a partir de análisis teóricos, mientras que la mayor parte de los estudios empíricos elaborados en este marco se limitaron a medir el “éxito”  de las iniciativas con base en su sostenibilidad financiera, dando por  hecho  su impacto positivo para  los hogares  rurales  sin presentar evidencia empírica contundente que sostuviera estas afirmaciones (Fouillet y Augsburg, 2008;  Duvendack et al., 2011;  Bateman, 2012; Rajbanshi et al., 2015).

En este artículo  se discuten algunos  de los postulados centrales de la Teoría  de la microfinanza con base en el estudio  de caso realizado en Nuevo Porvenir. Este trabajo se suma así al creciente número de estudios que cuestionan los supuestos teóricos  de la Teoría  de la microfinanza y contradicen su efectividad como estrategia de desarrollo rural.

Un estudio de caso sobre la operación de proyectos de micro- crédito para la producción agrícola: la operación de Kampo en Nuevo Porvenir

La iniciativa de desarrollo que operaba en Nuevo Porvenir compartía los postulados generales de la Teoría  de la microfinanza pero,  a diferencia de la mayor  parte  de las  iniciativas de microfinanza, Kampo  ofrecía créditos individuales por montos  variables y con plazos amplios, dando derechos de  uso  sobre  un  terreno  que,  según  su  modelo  operativo, debía servir como activo  de base para el pago de las cuotas.

El modelo  de intervención de esta  asociación estaba  enfocado en el impulso de la producción agrícola: el cultivo  comercial de café y plátano  y, de manera  marginal, pequeñas actividades familiares como hortalizas, cría de aves  de corral  o cerdos,  negocios de abarrotes, etc. Según la narrativa del programa estas actividades proporcionarían a los miembros de la comunidad los ingresos para pagar los créditos dirigidos al desarrollo de actividades económicas y las cuotas  por el terreno  que les fue puesto  a disposición, con el fin de superar  en el corto  plazo  su condición de pobreza.

Estas actividades eran financiadas a través  de distintos esquemas de microcrédito: la mayoría de los créditos financiaban el desarrollo de iniciativas  productivas ya establecidas y manejaban una tasa de interés  de 10% anual y plazos de entre 6 y 12 meses; de manera complementaria se ofrecían préstamos para promover proyectos de carácter  experimental, cuyo rembolso estaba  sujeto  a las ganancias efectivamente obtenidas.

El programa de Kampo  representaba una fuente  de crédito relativamente accesible para  el  desarrollo de  actividades productivas y la capitalización de  las  familias  más  pobres  en  la región,  llenando un  vacío  evidente en el contexto local.  Sin  embargo, esto  no  quiere decir  que  la iniciativa de Kampo  operara  en  el vacío.  El “panorama financiero” local  incluía  una multiplicidad de prácticas informales de crédito:  pequeños préstamos sin intereses a corto  plazo  entre  personas cercanas, venta  de insumos cotidianos con pagos  diferidos, venta  por pagos  escalonados, empeño de pequeños bienes  y préstamos de sumas más importantes con tasas de interés de entre 15 y 20% mensual. Estas prácticas coinciden con lo reportado en otros estudios que documentan las  prácticas financieras en  contextos rurales  en  México   (Villarreal, 2000;  Angulo, 2004).  En caso de necesidad los integrantes de Nuevo Porvenir también recurrían a quienes  los contrataban como  jornaleros para  solicitar préstamos a cambio  de trabajo,  acuerdos similares eran utilizados para adquirir insumos agrícolas.

Los integrantes de Nuevo  Porvenir tenían  una apreciación positiva sobre los créditos que les ofrecía  Kampo, pues representaban una oportunidad poco  frecuente para  desarrollar actividades productivas, aunque   algunos   de  ellos   sabían   por   experiencias  previas   que   las iniciativas impulsadas enfrentaban múltiples obstáculos, se mostraban escépticos y se  quejaban de  la falta  de  seguimiento a los  proyectos. El personal operativo de la asociación buscaba tranquilizar a quienes les  presentaban sus  dudas,  argumentando que  era  suficiente trabajar bien para no tener problemas, pero a pesar de los grandes  esfuerzos de las familias  se haría  cada  vez más evidente que no era fácil ajustarse a los planes  de trabajo  establecidos para cumplir con las expectativas del programa. Esta situación daría pie a una serie de reajustes y negociaciones de los pactos  inicialmente establecidos entre  los integrantes de Nuevo Porvenir y el personal de Kampo.

A partir  del  análisis  de  la práctica cotidiana de  este  programa se sugiere  que  la operación de las estrategias de intervención en esferas locales  no puede  ser comprendida como  la simple  traducción de los modelos que las inspiran en acciones predefinidas que el personal de las agencias impulsa para involucrar a sus beneficiarios. Su operación pasa por distintos momentos de reinterpretación en los que los operadores del programa y sus beneficiarios negocian según sus posibilidades e intereses. Este planteamiento coincide con la identificación de espacios de  “interfaz  social”,   concepto  con   el  que   Norman  Long   (2007) identifica aquellos espacios de interacción continuada que ocurren  en los puntos  donde  se cruzan  diferentes mundos sociales, con distintos intereses, interpretaciones, conocimientos, relaciones y poderes, donde puede observarse cómo operan  las discrepancias y qué factores  resultan relevantes en  la  distribución de  los  recursos que  se  dan  a través  de estas relaciones. El autor plantea  el uso de este concepto como una alternativa a la de “participación local”,  pues le permite  deconstruir el concepto de “intervención planeada”, mostrando estas iniciativas como procesos  de  negociación,  adaptación  y  transformación  que  tienen lugar entre actores  con conocimientos y poderes  desiguales. Estos argumentos resultan particularmente relevantes para comprender la gestión  y manejo  de los proyectos de microcrédito en el estudio  de caso desarrollado en Nuevo  Porvenir.

Según las reglas operativas de Kampo, el procedimiento para obtener un crédito  iniciaba en las reuniones de planeación anual  organizadas por  el  personal operativo de  la  asociación, encargado de  definir  un plan de créditos según los intereses que expresaban los integrantes de la comunidad y los recursos que la directiva de la asociación asignara a las diferentes áreas.  En la práctica, este esquema de planeación era difícil de operar  pues los productores se mostraban reticentes a establecer un calendario anual  de créditos de manera  colectiva y preferían acercarse de manera  individual al personal de la asociación cuando  enfrentaban necesidades específicas —por  ejemplo, fertilizar sus plantas  de café cuando  las veían muy cargadas.

Además, aun si la normativa de la asociación señalaba que los recursos debían  ser distribuidos con base en la historia  crediticia de cada familia y sus potenciales productivos, la aprobación de los créditos productivos era discrecional y dependía en gran medida  de su función  en el manejo de  las  relaciones del  equipo  de  la asociación con  el conjunto de  los titulares de derecho. Esto procesos sugieren que la obtención y gestión de un crédito  y otros  recursos que pasan  a través  de una organización no gubernamental son procesos de negociación continua, de acomodos y compromisos, y muchas  veces  son  fuente  de tensiones o conflictos abiertos (Guérin, 2011).

Para la gestión y el seguimiento de los proyectos de crédito el modelo de Kampo  preveía  la organización de un comité  ad hoc, integrado por tres titulares de derecho de la comunidad. Al inicio de mi investigación el responsable de este comité  me explicó  sus funciones en los siguientes términos: “Cuando alguien  quiere  un crédito  se acerca  con nosotros, y nosotros tenemos que avalar  los créditos que los compañeros quieran pedir,  solicitamos el crédito  con los ingenieros, hacemos el trámite, repartimos el dinero  y también tenemos que  cobrar  cuando  llega  la fecha que toca el pago para dárselo  a los de Kampo”.

Algunos meses  después, el coordinador regional de la asociación me explicó  que  este  comité  había  sido  formado sólo  para  la gestión de los créditos de producción dirigidos a los proyectos en los que participaba el conjunto de los titulares de derecho —las plantaciones de café y plátano—, describiendo sus funciones en términos sustancialmente distintos:

Para aprobar  los créditos la oficina nos solicitaba una “justificación  de rentabilidad económica”, pero en la comunidad la gente tiene muchas  dificultades para calcular  la rentabilidad de sus cultivos, o siquiera  el tiempo  que les llevaría  obtener ganancias, esto por sus deficiencias de tipo técnico. Por eso nosotros tratábamos que el comité  hiciera  eso con los créditos comunitarios, que avalaran los diagnósticos de rentabilidad  y respaldara esa justificación para  que  nos  aprobaran los créditos ... En cambio  de los créditos pequeños, que eran para proyectos personales, siempre  nos ocupamos nosotros.

El equipo  de la asociación no estaba interesado en delegar  funciones en la gestión  de los créditos, pues la interacción individual vinculada con el crédito  era fundamental para la operación del programa. Como  me comentó el coordinador regional de la asociación:

[...] entregando los créditos a cada quien,  por individuo, se busca  que cada  quien  reconozca su deuda,  y además  como en la entrega  teníamos su interés  era el único  momento que estábamos seguros  de encontrarlos y poder completar la documentación del registro.

La  centralidad del  personal de  Kampo  en  la gestión  de  los  créditos coincide con  situaciones reportadas en otros  estudios sobre  las dinámicas  sociales  en torno  al microcrédito, donde  se muestra que las relaciones entre  los agentes  de crédito  y sus clientes  no se limitan  a una relación contractual (Guérin, Fouillet  y Palier,  2007;  Morvant-Roux y Guérin, 2012).

El programa de Kampo  estaba  compuesto por  distintos esquemas crediticios. Según  el modelo  de la asociación, aquellos que permitían mayor  flexibilidad debían  estar  dirigidos a financiar actividades económicas experimentales, buscando promover la diversificación económica  de la comunidad. Sin embargo, el personal operativo de la asociación  privilegiaba en este tipo de iniciativas a las familias  más pobres de la comunidad, buscando así beneficiarlas con pequeñas actividades productivas que pudieran mejorar  sus ingresos, sin que los riesgos  de una nueva deuda des-incentivaran su disposición de emprender nuevos proyectos. Al mismo  tiempo,  estas prácticas permitían fomentar la cultura del crédito  y reinversión de las ganancias, lógica  que la asociación buscaba inculcar entre sus beneficiarios. Asimismo, en la asignación de este tipo de proyectos el equipo  de Kampo  parecía  premiar a quienes habían  dado mayor respaldo a la asociación y fomentar el cumplimiento de  las  reglas  del  programa. Distintos autores  (Fouillet y Pairault, 2012;  Guérin, 2015)  han documentado prácticas similares en la India cuando  analizan los esfuerzos de las instituciones de microfinanza para transmitir a sus clientes  la “disciplina financiera” que consideran central para el éxito de sus iniciativas.

En   cambio,  según   me   explicó   el  coordinador  regional  de   la asociación, la aprobación de los créditos para la producción en proyectos ya establecidos —con  una tasa de interés  de 10% anual— dependía de la capacidad de pago de los titulares de derecho. Esto coincide con una tendencia general  entre  las instituciones de microfinanza de mejorar la  sostenibilidad económica a  expensas de  los  objetivos sociales   de dichos  programas. Esta tendencia ha favorecido a quienes  se ajustan  a los productos crediticios disponibles (Rankin y Shakya,  2012;  Helth  y Dahl,  2014;  Labie  et al., 2015),  contradiciendo la compatibilidad de los objetivos económicos y sociales, uno de los presupuestos centrales en la difusión de la microfinanza.

Llama   la  atención  que  este  tipo   de  créditos  fueron   dados   en todos   los  casos  a  personas con  una  posición de  poder   dentro   de la  comunidad.  Si  bien   es  cierto   que  estas   familias   tenían   mayor capacidad de endeudamiento, debe tenerse  en cuenta  que, dada su posición de liderazgo, tenían  un papel  central  en la relación entre  el personal operativo de Kampo  y la comunidad, pues  su intervención podía  modificar las capacidades para  construir acuerdos favorables al programa. En este sentido  se podría decir que la aprobación de créditos para la producción era parte de una lógica más amplia  de “intercambio de favores” que buscaba facilitar  la operación del programa.

Por otra parte, también vale la pena mencionar que en ocasiones las áreas en las que Kampo  buscaba fomentar el crédito  no coincidían con los intereses de los integrantes de Nuevo  Porvenir. Esta situación podía dar pie a largas  negociaciones que muchas  veces  no llegaban a nada  y los  productores terminaban por  usar  los  créditos para  lo que  más  le convenía. Esta “manipulación” en el uso de los créditos por parte de los integrantes de la comunidad puede  ser interpretada como  muestra de que el programa de Kampo  había  sido incorporado entre  los recursos y estrategias de los actores  locales,  no de manera  pasiva  como preveían las normas  de operación del  programa, sino  transformado según  los intereses y estrategias de los participantes y las estructuras de poder  de la comunidad.

En el modelo  de intervención de Kampo, el microcrédito era planteado como una  herramienta central  para el desarrollo productivo de la comunidad, y sus directivos ejercían cierta presión sobre el personal operativo de la asociación para que impulsaran nuevos  proyectos. En la medida  en que se fueron acumulando las líneas de crédito,  y las deudas de los integrantes de la comunidad, comenzó a vivirse  una tensión creciente, de ahí que seguir  el esquema planteado por el modelo  de la asociación se hizo cada vez más difícil. Los integrantes de la comunidad tenían  dificultades para cumplir con los pagos,  pedían  prorrogas y los esquemas de pago  eran  continuamente reconfigurados. El crédito  era considerado como una oportunidad pero el endeudamiento se vivía como  un problema. Con el tiempo  las tasas de pago fueron  cayendo y los pagos atrasados se acumularon. En estas condiciones los integrantes de la comunidad comenzaron a rehusar  el contraer nuevas  deudas, mientras que entre el personal operativo de la asociación surgían  dudas sobre la efectiva  conveniencia de impulsar nuevos  proyectos de crédito, pues el decremento de las cuotas  de recuperación afectaba también la “disciplina financiera” necesaria para el funcionamiento del programa a mediano y largo plazo.

Las dificultades que enfrentaban los integrantes de Nuevo  Porvenir para  pagar   los  créditos  estaban   relacionadas  con  la  vulnerabilidad de   las   ganancias  que   podían   obtener   de   sus   cosechas;  se  veían afectadas por la variabilidad climática, la falta  de infraestructura para almacenar y procesar los productos, las dificultades relacionadas con su comercialización y, más en general,  por la marginación social y territorial de Nuevo  Porvenir. A esto se sumaba  la falta  de fuentes  de empleo en la región. Además, la presión por mantener el consumo de los hogares  llevaba  a las familias  a utilizar  las pocas ganancias obtenidas de la producción agrícola  para financiar sus gastos cotidianos. En algunos casos  el incumplimiento de los pagos  también estaba  relacionado con la necesidad de cubrir  gastos  imprevistos y con  la precariedad de las condiciones de salud  de la población. Situaciones similares han  sido reportadas en  otros  trabajos (Guérin et  al.,  2011;  Bateman, 2012; Taylor,  2012; Marr,  2012; Guérin, 2011 y 2015).

En este sentido  vale la pena decir que si bien la iniciativa de Kampo redujo  la exclusión de los servicios financieros formales que habían enfrentado los  integrantes de Nuevo  Porvenir hasta  entonces, no les permitió superar  su dependencia de los  préstamos informales, como presupone la teoría de la microfinanza, pues el programa ofrecía únicamente créditos destinados a  financiar actividades productivas. Así, los integrantes de Nuevo  Porvenir seguían  dependiendo de los préstamos usureros ofrecidos en la región por comerciantes y rancheros para  cubrir  gastos  asociados con  enfermedades, ceremonias, pérdida de cosechas u otros  imprevistos. Esta  situación coincide con  cuanto ha sido reportado en otros estudios (Guérin, 2015; Islam et al., 2015).

El  personal operativo  de  Kampo   era  condescendiente frente   al retraso  de los pagos  y buscaba privilegiar los objetivos sociales  frente a  la  sostenibilidad económica del  programa, negociando prórrogas para  los morosos con la oficina  administrativa de la asociación. Éstos retrasos  generaban algunos  intereses, pero  siendo  tasas  anuales  sobre cantidades pequeñas no eran percibidas como un problema por los integrantes de la comunidad. Además, en el contexto local  no había instituciones gubernamentales que  respaldaran a Kampo  para  hacer valer  sus acuerdos contractuales, mientras la morosidad en los pagos de los créditos del programa era tan difusa  que no parecía  comportar algún estigma social, condiciones identificadas en otros contextos como definitorias para asegurar el pago de los créditos. El coordinador regional de Kampo  intentó  consolidar la práctica de pequeños pagos periódicos, argumentando que quienes  se esforzaran por cumplir sus compromisos tendrían nuevas  líneas de crédito  en el futuro.  En ausencia de medidas de coacción esta promesa parecía  ser el único  incentivo para pagar  las cuotas  pactadas, pero no tuvo el impacto esperado.

La  experiencia  de  Kampo   en  Nuevo   Porvenir  diverge   respecto a  los  procesos reportados en  muchos contextos rurales,   en  México y otros  países,  donde  frente  a las  sanciones sociales  e institucionales contra  los clientes  morosos, y la presencia de múltiples instituciones de  microcrédito, la gente  se endeuda con  diversas  instituciones a la vez  para  pagar  las cuotas  de compromisos previos  y mantener varias líneas de crédito  abiertas  (Rodríguez y Villarreal, 2014; Schicks, 2014; Angulo, 2014).

El  modelo  de  Kampo  parecía  operar  bajo  el presupuesto de  que la  gente  que  se  compromete en  acuerdos crediticios debe  pagar  sus
deudas.  Sin  embargo, éste  es  un  argumento con  bases  más  morales que  económicas (Graeber, 2011).  En  Nuevo  Porvenir la convicción de pagar los créditos estaba  relacionada con múltiples factores. Las expectativas, obligaciones y compromisos establecidos en el marco  del programa jugaban un papel  central.  Aunque los cálculos y estrategias de los actores  locales  también estaban  influenciados de manera importante por los significados que daban  a los recursos provenientes del  exterior  —que  podían  ser interpretados como  una  donación, un derecho o  una  oportunidad—  según  su  origen   y  destino   (Zelizer,
1997) y las experiencias previas  con instituciones de ayuda y desarrollo de los sujetos.

De manera más general, este estudio sugiere que las dinámicas sociales que se dan en torno a una iniciativa de desarrollo tienen mucho que ver con las representaciones e interpretaciones de los actores  involucrados, por lo que  su estudio  no puede  confinarse a la delimitación espaciotemporal de un proyecto. Estos argumentos respaldan el planteamiento de Norman Long (2007),  quien señala:

[…] conceptuar la intervención como una actividad circunscrita y claramente localizada encubre el importante asunto teórico de que la intervención nunca es un “proyecto” con  límites  claros  en  tiempo  y espacio, como  es  definido por el aparato  institucional del Estado  o por la entidad implementadora.   Las    intervenciones   siempre     forman parte  de una  cadena  o flujo  de eventos  localizados en una estructura más amplia  de actividades de los cuerpos  estatales y/o internacionales y las acciones de diferentes grupos  de interés  que operan  en la sociedad civil (Long,  2007: 77-78).

[...] del lado del “intervenido”, está el conocimiento acumulado de experiencias anteriores de intervenciones de varias clases ... y lo mismo se sostiene en relación con los grupos en instituciones definidos como las “partes interventoras”... —a escala institucional e individual— ... Los procesos de intervención específicos deben ser vistos, por consiguiente, en relación con las memorias colectivas e individuales (ibídem: 80).

La  investigación también sugiere  que  el funcionamiento de los  proyectos   de  microcrédito  tiene  que  ver  con  las  relaciones  de  poder entre  los  operadores de  una  iniciativa y los  actores  locales.  En  este sentido  el estudio  de caso documenta cómo  los actores  locales  fueron apropiándose del programa y, en la medida  en que comprobaron que el personal de Kampo  carecía  de mecanismos para  hacer  efectivos los acuerdos crediticios, impusieron sus propias  condiciones. Después de algún  tiempo  los integrantes de Nuevo  Porvenir dejaron  de pagar  los créditos que habían  adquirido con Kampo  y la directiva del programa decidió  limitar  la trasferencia de recursos hacia  la comunidad. Como resultado,  los  integrantes de  Nuevo   Porvenir  perdieron  interés   en el  programa. Al  mismo  tiempo,   surgió  un  creciente malestar entre ellos  por  el tiempo  que  invertían en actividades a las que  convocaba el personal operativo de Kampo, sobre  todo  por  la frecuencia de las reuniones. A esto se sumaba  una creciente conflictividad dentro  de la asamblea y en la relación con el equipo de la asociación. Después de tres años de operación del programa la relación entre el equipo  de Kampo y la  asamblea comunitaria de  Nuevo  Porvenir se  había  hecho  cada vez más problemática y, en el marco  de un conflicto generalizado, los productores pospusieron los pagos de manera  indefinida y el programa suspendió sus operaciones.

Este  caso  muestra que  la obtención y gestión  de un microcrédito en el marco  de programas de desarrollo representan procesos de negociación continua en los que  participan actores  con  percepciones diferentes y posiciones desiguales, donde  muchas  veces aparecen tensiones o conflictos abiertos.

El “fracaso” del programa de Kampo en Nuevo Porvenir

En este apartado se busca dar cuenta  de algunos  de los límites  de la Teoría de la microfinanza para  explicar  el funcionamiento de los  proyectos de desarrollo rural  que  incluyen estrategias de microcrédito, cuyos argumentos pueden  servir  para explicar  situaciones particulares que no son generalizables.

En  el  marco  de  la Teoría  de  la  microfinanza se  han  identificado como  explicaciones de la falta de pago de los créditos: el “azar  moral” (Stiglitz, 1990),  que se refiere  a la selección de proyectos de inversión poco  exitosos; los altos  costos  de monitoreo sobre  el desarrollo de las inversiones (Banerjee et al., 1994);  la falta de mecanismos para aplicar los contratos —sanciones— (Besley  y Coate,  1993);  y las fallas  en la selección de los prestatarios (Ghatak, 1999).  Estos  estudios coinciden en identificar una  relación inversa  entre  la tasa  de interés  y las tasas de pago  de los  créditos, y un efecto  positivo de la productividad de las  inversiones en  las  tasas  de pago.  Joseph  Stiglitz  (1990)  y Abhijit Banerjee et  al.  (1994)  también coinciden en  señalar  que  el  monto prestado afecta  de manera  inversa  la tasa  de pago.  Estos  argumentos resultan pertinentes para  explicar  casos  específicos, pero  difícilmente pueden  ser generalizados (Ahlin  y Townsend, 2007).

El “azar  moral”  no resulta  un factor  relevante en el caso estudiado, la gran  mayoría de los proyectos en los que se invirtieron los créditos eran  definidos a priori  por Kampo. La relación inversa  entre  las tasas de  interés  y  las  tasas  de  pago  tampoco parecería confirmarse en  el caso  de Nuevo  Porvenir, aun  si algunos  integrantes de la comunidad expresaban su molestia porque  se cobraran intereses a un préstamo que ellos consideraban “de carácter  social”  —o, en palabras de algunos  de los entrevistados, “para ayudar  a los pobres”—, las tasas impuestas por Kampo  se consideraban como  tasas  bajas  y éste no era un argumento en disputa.

La falta de rentabilidad a corto plazo de las inversiones sí contribuyó de manera importante en el cuestionamiento del programa por parte de los integrantes de la comunidad, y en el desenlace de la relación entre Kampo  y los integrantes de Nuevo  Porvenir. Las fallas  en la selección de  los  prestatarios constituye también un  argumento relevante para el  caso  de  estudio   pues,  en  los  hechos,   el  proceso   de  selección de los  beneficiarios del  programa no  respondía al perfil  definido  por  el modelo  de la asociación para aumentar las posibilidades de éxito de sus proyectos sino a las relaciones del personal operativo de Kampo  con la asamblea de la comunidad, y en particular con las personas que tenían mayor  influencia en la toma de decisiones colectivas.

No se observa una relación inversa entre el monto prestado y las tasas de pago,  incluso  los créditos que  representaban pequeñas cantidades no fueron  pagados. El caso estudiado muestra como impedimentos centrales para  el cumplimiento de los pagos  de este  tipo  de créditos: la baja productividad de las actividades agropecuarias, los múltiples obstáculos contextuales que enfrentaba su desarrollo, la falta de fuentes alternativas de ingreso  y las necesidades cotidianas de las familias.

Los  costos  de  monitoreo no  eran  relevantes en  este  caso  dado  el número reducido de integrantes de la comunidad y su convivencia cotidiana. En cambio, el hecho  de que Kampo  no contara  con mecanismos para asegurar la aplicación de los acuerdos de crédito  fue sin duda  uno  de los elementos fundamentales para  explicar  las bajas tasas  de pago  de los  créditos a lo largo  del  programa, y el desenlace de su relación con  los titulares de derecho de Nuevo  Porvenir. En la medida  en que  avanzaba el programa los titulares de derecho fueron dándose cuenta  de  que  el  equipo   de  Kampo   tenía  pocos  recursos, más allá de los intentos de conciliación o las sanciones verbales, para hacer cumplir sus normas  —incluyendo el pago de los créditos—, esto permitió que se fueran  ampliando los espacios para el cuestionamiento de los acuerdos crediticios. Cuando los titulares de derecho decidieron dejar  de  pagar  los  créditos, la  asociación se  encontró prácticamente sin opciones para hacer efectivo  sus acuerdos contractuales con los integrantes de la comunidad.

Capital social, agencia y microcrédito

En la Teoría  de la microfinanza hay un supuesto bastante generalizado sobre  el efecto  positivo del capital  social  en las tasas  de pago.  En este sentido  se argumenta que cuando  existen  relaciones estrechas entre los integrantes de un grupo se genera mayor confianza sobre la contribución equitativa de  todos  los  miembros, incentivo que  explicaría las  altas tasas de pago en los proyectos de crédito  colectivo —donde el grupo se hace responsable por el pago de cada uno de sus integrantes— (Cassar et al., 2007).

En el caso de estudio, los integrantes de Nuevo  Porvenir y los operadores de  Kampo   coincidían en  identificar la  gestión   colectiva de los créditos como conflictiva, pues en las reuniones enfrentaban dificultades  para   construir  acuerdos.  Sin   embargo  ambas   partes buscaban beneficiarse de los espacios colectivos para respaldar sus propios  intereses.

El programa de Kampo  no  preveía  créditos con  esquemas de coresponsabilidad y todos los créditos eran considerados relaciones contractuales  de  carácter   individual,  pero   algunos   aspectos  de  su gestión  eran  colectivos: se buscaba acordar  un calendario de créditos en reuniones de planeación anual  y se preveía  la intermediación de la “comisión de créditos” en algunas  facetas  de la aprobación y cobranza de los créditos individuales. Los líderes  de la comunidad, por su parte, argumentaban que existiese un compromiso colectivo por parte  de la comunidad para mantener las reglas del programa y asegurar que todos los titulares cumplieran con las cuotas  de pago.  Sin embargo, cuando algún  titular  de derecho se retrasaba en los cultivos, comprometiendo sus  capacidades futuras  de pago,  o no cumplía con  las cuotas  de los créditos que  se  le  habían  otorgado, las  autoridades podían  llamarlo “para  platicar”, pero  nunca  impusieron otro  tipo  de sanción  y por lo general  buscaban justificar  los retrasos  de sus compañeros comentando con el equipo  de Kampo  las difíciles  condiciones económicas que enfrentaban las familias  —por  ejemplo, por  la falta  de empleo  o los precios  bajos que habían  obtenido por sus cosechas.

La intervención de Kampo  se beneficiaba de la organización interna de la comunidad para  la operación del programa, como  argumentan quienes  sostienen que un alto nivel de capital  social  tiene  un impacto positivo en los programas de microcrédito, pero la capacidad de los líderes comunitarios para construir consensos limitaba las posibilidades de que Kampo  impusiera sus reglas,  aumentando el poder  de negociación de la asamblea y sus posibilidades de confrontar el programa.

En  el  presente  caso   de  estudio   el  capital   social   dentro   de  la comunidad permitió que los miembros de la asamblea ganaran fuerza frente a Kampo  y se opusieran en bloque  al pago de los créditos, colectivizando sus deudas  individuales para  no pagar  las cuotas.  Esta situación coincide con los planteamientos de Abhijit  Banerjee et al. (1994)  y Timothy Besley  y Stephen Coate  (1995),  quienes  identifican la cooperación dentro  de un grupo,  los intercambios frecuentes y los vínculos familiares entre  sus  miembros como  factores  que  dificultan la aplicación de sanciones, incidiendo de manera  negativa en las tasas de  pago  de  los  microcréditos. Este  tipo  de  afirmaciones cuestionan los  supuestos sobre  la  efectividad de  los  colaterales sociales   como clave  de éxito  en los grupos  de crédito.  Resultados similares han sido documentados por  distintos autores  (por  ejemplo: Griffin  y Husted, 2015; y Czura,  2015).

Prácticas trasgresoras y cambio de significados

Como  se ha expuesto, los miembros de Nuevo  Porvenir trasgredieron en distintas formas  las normas  y estrategias propuestas por el programa de Kampo, expresando cierta resistencia ante las lógicas  económicas del programa. Inicialmente estas transgresiones se combinaron con formas de conformidad y cooperación, pero ponían  constantemente a prueba los  límites   del  reglamento inicialmente impuesto por  la  asociación. Entre  las trasgresiones destaca  el uso de las ganancias provenientes de las cosechas para subsidiar el gasto  cotidiano, y no para el pago  de los créditos; situación común  en contextos de pobreza  donde  se enfrentan grandes  carencias e incertidumbres (Rankin y Shakya,  2012).  Otras  de las transgresiones frecuentes eran no asistir a las reuniones, aun cuando se cobrara una multa por la falta, o asistir sin participar de manera activa.

Katherine Rankin  y Yogendra Shakya  (2012)  reportan hechos similares en  un  estudio   realizado en  Vietnam y  Nepal,   en  el  que proponen una  tipología de “prácticas trasgresoras”. Con  base  en esta tipología, las trasgresiones de los integrantes de Nuevo  Porvenir en el marco  del  programa de Kampo  pueden  identificarse como  prácticas “subversivas”, caracterizadas como prácticas trasgresoras que no generan  cambios en  los  programas pero  sí  modifican los  significados que se dan a las intervenciones en la esfera  local.  En el caso de Nuevo Porvenir puede  plantearse que  los créditos que  el modelo  de Kampo había  configurado como  “tecnologías disciplinarias” para  trasmitir a los  actores  locales  una  lógica  comercial fueron  reconfiguradas como estrategias para enfrentar las prioridades de corto plazo de familias  que vivían  en un contexto de múltiples incertidumbres asociadas con  sus condiciones de pobreza.

Según se pudo documentar a lo largo de la investigación, las prácticas trasgresoras que ha enfrentado Kampo en diversas  comunidades no han tenido efectos  en el diseño de su modelo. Las modificaciones realizadas en los últimos  años a éste respondían sobre todo a los imperativos económicos de la asociación, que dio cada vez mayor  importancia a la sostenibilidad económica de sus proyectos.

Esta  investigación también coincide con  la posición de Katherine Rankin  y Yohendra Shakya  (2012)  sobre  el carácter  contradictorio de las prácticas trasgresoras documentadas y la necesidad de ser prudentes al atribuirles una intencionalidad dada, pues aun si pueden  ser interpretadas como maneras de cuestionar los modelos de intervención, muchas  veces responden sobre todo a los imperativos cotidianos de los actores  locales.

Por otra parte, el presente estudio  muestra que, en ciertos contextos, el poder  de las intervenciones planeadas sobre las comunidades locales puede ser limitado, y su funcionamiento depende de las capacidades del personal de las asociaciones que las promueven para adaptar  sus reglas operativas al  contexto local,  negociar y mantener buenas  relaciones con los actores  locales;  aspectos que no suelen  tomar  en cuenta  los diseñadores de modelos de intervenciones para el desarrollo rural.

Por último,  es importante mencionar la relevancia de las desigualdades y fracturas en las esferas  locales.  El hecho de que la asamblea comunitaria mantuviera una postura  unitaria  en las reuniones sos-tenidas con el personal de Kampo  no quiere decir que todos los miembros de la asamblea coincidieran con las posturas sostenidas en el pleno. Durante los tres años que operó la iniciativa de Kampo  en Nuevo  Porvenir —de 2010  a 2013—, las personas con más  poder,  recursos y seguridad en la comunidad fueron  adquiriendo una  posición cada  vez  más  crítica frente al programa y lograron construir cierto consenso en la asamblea en torno  a sus perspectivas, imponiendo sus intereses, tanto en las decisiones  de la asamblea como en relación con la asociación.

Pero en la comunidad había  quien  se decía agradecido con Kampo y expresaba de forma  privada  su malestar frente  al modo  en que  actuaban   sus  autoridades, recordando que  todas  las  condiciones que estaban  siendo  cuestionadas habían  sido  aceptadas por  cada  uno  de los integrantes del proyecto cuando  se integraron a la iniciativa. Pero estas posturas raramente se expresaban de manera  abierta,  cualquier comentario que contradijera la posición de los líderes  en los espacios colectivos de discusión se ignoraba, incluso los líderes llegaron a impedir que  algunos  miembros adelantaran parte  de sus cuotas,  acusando de “divisionistas” a quienes  planteaban la conveniencia de permanecer en buenos  términos con la asociación.

Reflexiones finales

Actualmente el microcrédito es considerado en muchos ámbitos como uno de los principales pilares para el desarrollo rural, y las instituciones de microfinanza se han convertido en actores  centrales en el panorama financiero de muchos contextos rurales.  La promoción de este tipo de estrategias se ha basado en los postulados que se desarrollan en la Teoría de la microfinanza, que identifica la exclusión de los servicios financieros como  un  elemento clave  para  explicar  la pobreza  rural,  suponiendo que el microcrédito permite  que los pequeños productores mantengan sus niveles  de consumo a lo largo  del proceso  de producción, hagan inversiones para impulsar la producción agropecuaria de pequeña escala y diversifiquen sus modos  de sustento, mejorando así sus condiciones de vida y reduciendo su vulnerabilidad.

Este  planteamiento resulta  simplista e ignora  el carácter  complejo y multifactorial de la pobreza  rural. El presente trabajo  documenta algunos   de  los  límites  de  la Teoría  de  la  microfinanza a  partir  del análisis  de una  intervención de desarrollo rural  estructurada a través de diversos proyectos de crédito;  sumándose así a la literatura que en los  últimos  años  ha cuestionado los  supuestos teóricos  en que  se ha basado  su difusión y la eficiencia de la microfinanza —y en particular del microcrédito— en la disminución de la pobreza.

El modelo  de intervención que operaba en la comunidad de estudio compartía los postulados de la Teoría  de la microfinanza, proponiendo una  serie  de  pequeños créditos como  estrategia para  que  un  grupo de familias  en pobreza  extrema pudieran superar  esta condición, desarrollando actividades económicas rentables e integrándose al mercado. Este  proyecto es producto de  las  grandes  expectativas que en los últimos  años ha despertado la microfinanza en las instituciones internacionales de desarrollo, en algunos  gobiernos, en organizaciones no gubernamentales y en muchos de los actores locales involucrados en estas iniciativas. Sin embargo múltiples experiencias han documentado que estas expectativas son difíciles  de alcanzar.

Las familias  de Nuevo  Porvenir se integraron al proyecto propuesto por  Kampo  en un contexto que  les ofrecía  pocas  alternativas de sustento,  pero  desde  las primeras etapas  de su operación se hizo  evidente que no eran  viables  los planes  de trabajo  definidos por el personal operativo de esta asociación como condición para que fueran  rentables los proyectos productivos. Las familias  debían  dedicar  la mayor  parte de su tiempo  a asegurar su sobrevivencia cotidiana, los hombres salían a trabajar  en las fincas  y potreros de la región  mientras las mujeres  se ocupaban de las labores  domésticas y la crianza  de los niños.  Si la familia había tenido  que enfrentar algún gasto extraordinario, alguno  de sus integrantes salía a trabajar  algunos  meses  a la ciudad  de México, y esto en muchos casos  se traducía en el abandono temporal de los cultivos. Las capacidades de trabajo  de las familias  se veían con frecuencia afectadas cuando  alguno  de sus miembros se enfermaba. Además, en las tierras utilizadas para desarrollar los cultivos  comerciales se sembraban también productos de autoabasto de los que dependía la alimentación  básica  de las familias, y esta  asociación de cultivos  limitaba la productividad agrícola. Las capacidades de inversión de estas  familias eran muy reducidas y los créditos ofrecidos por el programa no cubrían todos  los gastos  requeridos para  que sus plantaciones se desarrollaran de manera  adecuada. No se contaban con medios  de procesamiento y almacenamiento de las cosechas, por  lo que  los productores se veían obligados a vender  sus productos a precios  bajos impuestos por los intermediarios que pasaban a comprar los productos a la comunidad. Los integrantes de Nuevo  Porvenir dudaban en integrarse en alternativas  para  vender  sus productos directamente en el mercado regional, superando el control  comercial de los rancheros locales,  pues la subsistencia de sus familias  dependía del trabajo  que éstos les ofrecían en sus cafetales y pastizales. Además, para desarrollar alternativas de este tipo no bastaba  el apoyo logístico ofrecido por Kampo, se requería tiempo  y capacidades de gestión  con actores  regionales con las que no contaban los integrantes de la comunidad.

Frente  al lugar preponderante que dieron  las organizaciones internacionales de desarrollo a los proyectos de microcrédito como estrategias de desarrollo rural, el tema comenzó a ser cada vez más analizado y numerosos trabajos documentaron el fracaso  de este tipo de iniciativas desde distintas perspectivas. Uno de los argumentos centrales de la Teoría  de la microfinanza para  explicar  dicho  fracaso es que los recursos destinados a la inversión productiva se integran a la lógica  de la economía familiar, donde  las inversiones compiten con las necesidades cotidianas del hogar.  Pero éste no es el único problema que enfrenta la microfinanza en contextos rurales (Collins et al., 2011).

Diversos autores han señalado que las actividades agrícolas requieren inversiones importantes y dan rendimientos a mediano o largo  plazo, por lo que resultan incompatibles con los pequeños créditos con cuotas de pago  semanales o mensuales que ofrecen  muchas  de las iniciativas incluidas en programas de desarrollo rural  (Doran  et al., 2009;  Marr, 2012;  Taylor,  2012;  Bateman, 2012).  Estos  argumentos han  llevado a flexibilizar los esquemas utilizados por algunas  instituciones de microfinanza y difundir servicios financieros paralelos al crédito,  en particular el ahorro  y los seguros  (Montgomery, 1996; Marr,  2012).

El modelo  de Kampo  reconocía la necesidad de adaptar  los términos de pago de los créditos de su programa a los ritmos  y necesidades de la producción agrícola e integraba su esquema de créditos en una estrategia más amplia  de desarrollo que incluía  acciones de promoción de salud, educación y otras iniciativas que buscaban mejorar  la calidad de vida de las familias. Sin embargo, este programa enfrentaba grandes  retos pues su viabilidad dependía de la rentabilidad de las actividades agrícolas que promovía y su desarrollo se veía obstaculizado por múltiples circunstancias que rebasaban por mucho  la esfera de su intervención.

Este estudio  muestra que las instituciones de microfinanza pueden adaptarse a las condiciones de la producción agropecuaria, pero no pueden  cambiar aquellos factores  de tipo estructural que limitan  el desarrollo  y  reproducen  la  desigualdad.  De  manera   más   general, este trabajo  busca mostrar  algunos  de los límites  que enfrentan las intervenciones centradas en la esfera  local,  documentando el peso  de factores  contextuales en la reproducción de las condiciones de pobreza y desigualdad —entre  los que  destacan la marginación geográfica, la falta  de infraestructura y la discriminación social  (Shaw,  2004;  Marr, 2012;  Harper, 2012)—; intervenciones  que  tienen  en  el  mejor  de los casos  efectos  limitados (Banerjee et al., 2015)  pero  no pueden  ser consideradas como motores de desarrollo que permitan superar  las condiciones de  pobreza, en  ausencia de  mecanismos que  favorezcan la distribución de oportunidades y riqueza  (Zeller  et al., 1997;  Shaw, 2004; Fouillet  y Augsburg, 2008).

El material empírico recabado en el marco de la presente investigación también sugiere que las interacciones que se dan en torno a los distintos tipos de crédito  son un espacio  de dominación, pero también pueden ser un espacio  de solidaridad, cuestionamiento y negociación en el que se hace evidente el carácter  activo de los actores  implicados en este tipo de proyectos.

Por último,  es oportuno señalar  que el uso del microcrédito en los programas de desarrollo rural  es parte  de una  tendencia más  general que  se  observa   en  las  últimas   décadas   de  transferir algunos   de  los costos  asociados con las iniciativas de desarrollo a las esferas  locales.  El presente trabajo  documenta cómo  esta tendencia resulta  problemática en  contextos de  pobreza   extrema, donde   los  costos   asociados con las  intervenciones para  el  desarrollo rural  corren  el  riesgo  de  entrar en competencia con  las necesidades cotidianas de subsistencia de las familias  y excluir  a los  sectores  más  vulnerables, que  en  el  discurso de muchas  de las agencias de desarrollo suelen  ser identificados como beneficiarios prioritarios.

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Notas

1 Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología por El Colegio de México. Posdoctorante en Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. “Estancia posdoctoral  en  el  Instituto  de  Investigaciones  Antropológicas  de  la  Universidad Nacional Autónoma de  México. Programa de  Becas  Posdoctorales en  la  UNAM”. Temas  de especialización: desarrollo rural,  seguridad alimentaria, gestión  colectiva de recursos y migración. Correo  electrónico: ayaripasquier@gmail.com /apasquier@colmex.mx.

Fecha  de recepción: 03 09 15; Fecha  de aceptación: 11 12 15.